1. Vivir en el campo no tiene por qué significar irte súper lejos… o sí
Tu nueva vida no tiene por qué estar obligatoriamente a varias horas de la ciudad: yo, por ejemplo, vivo a tan sólo 45 minutos en coche del centro de la capital, mientras que Sabina está rematadamente lejos de la civilización: “Creo que mi casa está lo más en el campo que puede estar, quizás seguida de cerca en la categoría de “estar muy en el campo” por una cueva de ermitaño en lo alto de una montaña. Sólo digo que para llegar hay que dejar el coche en lo alto del valle y bajar andando durante media hora por caminos de jabalí. La gente me pide mi dirección o me pregunta el nombre de mi pueblo, y yo ya no sé cómo explicarles que no tengo calle ni pueblo. Vivo en medio de la montaña. Aquí no llega el cartero, y sólo puedes encontrar mi casa si te guía alguien que conoce el camino. Tengo varios vecinos cerca, todo gente bastante particular que ha decidido vivir con pocas cosas y alimentándose de sus propios huertos”, comenta. La cosa es: ¡tú eliges cuánto quieres perderte!
2. Vas a necesitar el coche para todo
Hasta para ir a comprar el pan. Si te has tomado en serio eso de vivir en la naturaleza, lo más normal es que tu casa esté lo suficientemente apartada como para no pensar en hacerte el paseo andando (a menos que no tengas más remedio que cargarlo todo al hombro, como le ocurre a Sabina). No obstante, hasta esto tiene ventajas: “Aquí aparcamos al lado de casa, cuando en la ciudad podíamos tardar entre media hora y una hora como poco para encontrar un hueco”, aclaran los fundadores de Familias en Ruta.
3. Vas a gastar mucho menos en tonterías
Claro que te darás paseos por tu terreno, e incluso por los alrededores, pero ya no vas a hacer vida “en la calle”, si en la calle significa de terrazas con los amigos o de escaparates con tu pareja. ¿Lo mejor? Vas a gastar mucho menos dinero, al menos en consumir cosas “para distraerte”, pues no estarás expuestas a ellas. Es decir, la pasta que se te va en cañas (que se convierten irremediablemente en cenas) y en esa camiseta que acabas de ver y sin la que de pronto no puedes vivir va a disminuir notablemente, hasta casi convertirte en un extraño engendro capitalista: “He estado casi cuatro meses viviendo en el valle, yendo al pueblo más cercano una vez a la semana, sin moverme ni volver a Madrid ni a ninguna ciudad. Ahora he salido por primera vez a un festival de libros en Bilbao, y me pareció que el tema compras navideñas estaba un poco pasado de vueltas. Al tener que cargar con cada cosa que compras durante media hora de caminata por el bosque, los objetos toman mucho más valor. Me daba un poco de susto ver a la gente cargando con todas esas bolsas”, relata Sabina.
4. Te olvidarás de los ruidos…
Al menos, de los desagradables: “En el campo escuchamos silencio, el piar de los pájaros, a las vacas mujir, la sierra mecánica al cortar la leña… En la ciudad, las sirenas, los coches y motos y las obras nos dejaban descansar”, comentan Susagna y Max. Sin embargo, con esto del silencio hay que hacer un aparte. ¿Recuerdas la última vez que no escuchaste NADA? Probablemente no, así que puede que te cueste algo acostumbrarte.
Le ocurrió a Sabina, que al principio no podía dormir porque oía hasta el más mínimo crujir de la casa (sin contar con el ir y venir de los jabalíes). Sin embargo, ahora le parece maravilloso: “El silencio es algo que me ha encantado, y me asusta un poco volver a la ciudad y no ser capaz de adaptarme de nuevo al mundanal ruido”, nos cuenta.
Están dando la cantidad del 1,000 dólares por semana…te animarías?
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